
Aquella mañana todo parecía ser igual para Ramón, que cualquier otra mañana del verano del 99. Levantarse cerca del medio día, desayunar un vaso de leche con tostadas y mermelada casera de higos, recoger su cuarto y salir a montar en bicicleta, era el único plan que tenía. En aquel pueblo infernal, donde sus padres se habían empeñado en pasar todos los veranos desde que él tenía uso de razón, lo único emocionante que podía suceder era correr delante de una vaca, esperando que ésta tuviera ganas de hacerle soltar un poco de adrenalina.
Como si de un ritual se tratase, Ramón cogió su bicicleta y se dirigió a casa de su prima Beatriz. Aunque un par de años mayor, ella era la única persona que conocía en ese lugar y con la que podía compartir algún tema de conversación que fuera interesante para los dos.
Beatriz era una persona bastante solitaria, pero aquella mañana se encontraba acompañada por Lidia, una amiga que conocía de toda la vida y con la que compartía los secretos desde la niñez hasta el momento en el que se encontraban; la incomprensible y complicada adolescencia.
Ramón tocó la puerta con los nudillos y fue Lidia la encargada de abrir. Un brillo especial se reflejó en los ojos verdes de aquel niño que comenzaba a ser adolescente.
- Hola, ¿Está Bea?
- Sí, tú debes ser Ramón, yo soy Lidia. Bea está terminando de vestirse.
Con aquella escueta conversación, Ramón supo que el destino se iba a encargar de que aquel verano del 99, no fuera un verano cualquiera. Tres días bastaron para que Ramón gastase todos sus ahorros en comprar un anillo de plata, con el que impresionar a Lidia.
Después de los primeros besos para ambos, algunos arrumacos y varias noches estrelladas con la luna como única espectadora, Lidia y Ramón se despedían hasta el próximo verano.
Escrito y publicado por: Eli González
Amor de verano
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Es curioso, pero muchos primeros amores son de verano 🙂
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